China y la responsabilidad de ser potencia
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ste diario sostuvo el martes que, más allá del necesario foco en su impacto económico, la crisis del Covid-19 demanda de la comunidad internacional una cuota importante de solidaridad con la emergencia humanitaria que vive el pueblo chino, pues “se trata de enfrentar y contener un flagelo que está golpeando primero a la nación más poblada del orbe, pero que representa una amenaza para todas las demás”.
Pero precisamente porque esta amenaza es global, la solidaridad con China descansa en un capital de confianza sobre su propia respuesta a la crisis, el cual no puede sino haber sufrido un severo golpe con la noticia de que la contabilización de los infectados fue significativamente subestimada debido a una deficiente metodología. Esto hizo que el número total de enfermos reconocidos aumentara en más de 33% en un solo día, para ubicarse ayer en torno a los 60 mil.
Aquí no cabe felicitar a Beijing por su decisión de hacer pública esta información y despedir a los altos responsables políticos de la zona de emergencia. Ese era el mínimo exigible. Lo que corresponde es recordarle al gobierno chino que la importancia que ha adquirido su país en los asuntos mundiales —y los beneficios que deriva de su inserción en una economía globalizada— van de la mano con obligaciones frente a la comunidad internacional. En una crisis de esta naturaleza, la primera de ellas es asegurarse de que el peligro está siendo correctamente calibrado y debidamente informado al resto de las naciones, para que éstas puedan actuar en consecuencia.
Tanto si el mal conteo de los enfermos fue accidental (lo que sería lamentable) como si fue un acto deliberado de funcionarios preocupados por mostrar la situación bajo control (lo que sería gravísimo), Beijing tiene por delante una prueba de transparencia a la que no está acostumbrada. Es la misma que se exigiría de cualquier país donde un brote viral pone en riesgo a los demás. Puede que ese sea un desafío especialmente complejo para el régimen chino, pero en un mundo globalizado las grandes potencias deben rendir cuentas. De hecho, ellas más que nadie.