Contra el virus: inteligencia, recursos y solidaridad
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al vez pocas cosas otorguen un relieve tan dramático a la globalización como el brote de una enfermedad contagiosa en un extremo del planeta que ,en apenas semanas, puede tener en vilo al mundo entero. El actual coronavirus surgido en China —bautizado Covid-19 ayer por la Organización Mundial de la salud— no es el primero en poner esto en evidencia, ni afortunadamente tampoco el más grave (el H1N1 y el Ébola fueron mucho más contagiosos y mortíferos, por ejemplo). Sin embargo, el hecho de que este brote ocurriera en la segunda economía más grande, que a la vez es el primer socio comercial del mundo, le da otra dimensión al problema.
Una dimensión, por cierto, que no es sólo —ni principalmente— económica, como tampoco es únicamente china: de lo que se trata de enfrentar y contener un flagelo que está golpeando primero a la nación más poblada del orbe, pero que representa una amenaza para todas las demás. Por ende, el precio más importante que está cobrando el virus se mide en vidas, y esto significa que el mayor desafío (después del científico) no es económico, sino humanitario.
Un acento clave, por tanto, debería estar puesto en un esfuerzo de solidaridad internacional con el pueblo chino, como ocurre en otros casos de catástrofes naturales (sismos, incendios, inundaciones, etc.) o provocadas por el hombre (persecuciones, guerras, terrorismo). Este mensaje —que el actual drama chino debe encararse no sólo con inteligencia y recursos, sino también con un espíritu solidario de alcance global— no se ha escuchado con fuerza de parte de Beijing ni tampoco de la mayoría de sus socios.
Al respecto caben diversas interpretaciones, desde históricas y culturales hasta geopolíticas y diplomáticas. No vienen al caso. Lo que importa es recordar que las relaciones internacionales se fortalecen y enriquecen cuando los países se tienden la mano unos a otros. En esta crisis, el foco no puede ser solamente cómo contener el virus, sino cómo ayudamos a aliviar el sufrimiento que provoca. En esto, la sociedad civil de cada país puede jugar un rol incluso más relevante que sus respectivos gobiernos.